Antioxidantes y el lado oscuro de la vitamina C (mitocondria 5)


Como hemos visto en la anterior entrega, los radicales libres deben sus efectos negativos a su imperiosa urgencia de emparejar el electrón desapareado que los caracteriza, sustrayéndolo de la primera molécula que cae a su alcance con la consiguiente alteración de la estructura de ésta última. En un organismo, los antioxidantes son las moléculas encargadas de evitar que causen daños interponiéndose en su camino y proporcionándoles el electrón que tanto ansían para neutralizarlos, lo que pueden hacer gracias a su capacidad para perder uno manteniéndose estables, es decir, sin transformarse en el proceso en un nuevo radical libre dispuesto a continuar la cadena de sustracción electrónica. Este es el sencillo cometido de los antioxidantes, donar electrones y resultar oxidados en lugar de otras moléculas de importancia y más delicadas.

Pero en la tupida red de reacciones que tienen lugar en una célula, esta no es la única función que desempeñan, y dependiendo de a qué se le ceda el electrón, los efectos de la reacción pueden resultar muy diversos y la cosa se complica extraordinariamente. Nick Lane ejemplifica este fenómeno en la vitamina C, uno de los antioxidantes mejor conocidos además de extensamente reputado gracias a los estudios iniciados por Linus Pauling y volcados en su célebre libro Vitamina C y el resfriado común, en el que dio pábulo a la aún vigente creencia en las facultades curativas del compuesto para el constipado, todavía sin constatar en ningún estudio. Aunque quizás el espaldarazo definitivo a la desmedida fe que se deposita en esta vitamina (y por extensión en el resto) fue el estudio de Kay Tee-Khaw, amplia y sesgadamente difundido en su día. En él se mostró que personas con altos niveles de vitamina C en plasma tenían un menor riesgo de muerte por cualquier causa que las que lo tenían bajo. La propia Tee-Khaw advirtió enfáticamente que no se podía establecer una relación entre mortalidad y suplementación de vitamina C, y que la asociación era más general y debía referirse al conjunto de la dieta porque no se midieron niveles de otras sustancias (vitamina E, β-caroteno etc…), pero las expectativas de negocio en la venta de suplementos urgieron a extraer la conclusión, mal enfocada pero rentable, de que la vitamina C alarga la vida.

La vitamina C, siguiendo la argumentación de Lane, desempeña una gran variedad de funciones a partir de su condición de donante de electrones. Existen al menos 8 enzimas que utilizan vitamina C como cofactor, todas las cuales contienen en su centro activo un átomo de hierro o cobre a los que la vitamina C “activa” cediéndoles un electrón, utilizado luego para captar un átomo de oxígeno que se lo quedará según es agregado a algún aminoácido en la construcción de proteínas, como por ejemplo el colágeno, una proteína que se trama en torno a enlaces con oxígeno. En todos estos casos, el papel de la vitamina C es de pro-oxidante, no de antioxidante, es decir, prepara la oxidación de alguna otra molécula a través de la activación de hierro o cobre. Pues bien, habitualmente el hierro al que cede electrones está contenido y controlado en el núcleo activo de una enzima, pero si se tratara de hierro en forma libre lo activaría igualmente y, en combinación con peróxido de hidrógeno (un radical libre abundante en las células), esto supondría la formación inmediata de agresivos radicales hidroxilo*.

No hay constancia de que esto llegue a ocurrir, pero ciertamente el organismo es muy precavido a la hora de controlar el nivel plasmático de vitamina C a través de dos mecanismos: excreción del sobrante y bloqueo de la absorción en el intestino. Menos de la mitad de una dosis de 1 gramo es absorbida antes de que se produzca el bloqueo de la absorción y de ésta, una gran parte es excretada acto seguido. De hecho, la excreción empieza a manifestarse con dosis diarias de entre 60 y 100 miligramos. Ni siquiera los neutrófilos, que usan grandes cantidades de vitamina C esta vez sí como antioxidante para protegerse de los radicales libres que ellos mismos esparcen sobre los agentes infecciosos, almacenan su arsenal de forma permanente, y sólo se avituallan en el momento de entrar en acción, lo que se ha interpretado como una forma de eludir los peligros que su tenencia puede conllevar. Hay que destacar por último que Homo sapiens, junto con algunos de sus parientes próximos y otros animales no tiene la capacidad de sintetizar su propia vitamina C por degeneración del gen codificador de la gulonolactona, la enzima que la compone, circunstancia que se suele estimar como una deficiencia genética, aunque si fue seleccionada positivamente en su momento es porque supuso una ventaja. Halliwell y Gutteridge han sugerido que puede estar relacionada con la generación de peróxido de hidrógeno durante la síntesis de la venerada vitamina, que paradójicamente podría causar estrés oxidativo, haciendo que resulte más conveniente dejar de fabricarla si se puede obtener la suficiente en la dieta. De otros antioxidantes como el β-caroteno, se puede mencionar su contribución, cuando se administra en grandes dosis, a aumentar el riesgo de contraer cáncer de pulmón en fumadores según han mostrado los resultados de diversos estudios clínicos.

Recordemos por otra parte que, en el hipotético caso de que fuera posible inundar el organismo de vitamina C y toda la batería antioxidante, de forma que cualquier radical libre fuera neutralizado en el instante de su aparición, quizá no resultara muy saludable hacerlo, porque se estaría interfiriendo la señal que estos constituyen, vital como ya vimos en la anterior entrega de la serie para realizar finos ajustes en los procesos respiratorios y desplegar las distintas defensas y refuerzos contra el estrés. Ningún suplemento alimenticio ha conseguido igualar la eficacia salutífera de una dieta equilibrada rica en fruta y verdura, posiblemente, según especula Lane, debido a que con este tipo de dieta no sólo se ingieren los antioxidantes necesarios, sino también pequeñas cantidades de toxinas vegetales (su efecto pone en marcha los mismos mecanismos defensivos que los radicales libres), que ayudan a movilizar todo el sistema de resistencia celular.

Pero la mera recomendación de mantener unos adecuados hábitos alimenticios no genera negocio, y la poderosa industria de los suplementos (una división de la industria farmacéutica en muchos casos), sostiene con contumacia una idea muy distorsionada y poco fundamentada de las virtudes de unos productos que reportan pingües beneficios, pero cuya mayor utilidad, en el mejor de los casos, no va más allá de compensar alguna grave deficiencia derivada de una mala alimentación.

*Este aspecto de la vitamina C podría estar en la base de los resultados obtenidos por Linus Pauling en su utilización como tratamiento contra el cáncer, que no han sido confirmados después en otros estudios, si bien hay que aclarar que Pauling administró el compuesto por vía intravenosa, mientras que en los estudios posteriores se administró por vía oral. Teniendo en cuenta que la absorción intestinal queda bloqueada a partir de cierto nivel plasmático, la administración intravenosa puede incrementar su concentración temporalmente antes de que el proceso de excreción reduzca el nivel hasta los valores normales, detalle que podría explicar el desacuerdo y que deja abierta la puerta a esta suerte de terapia.

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