Biosfera profunda
Distribución geográfica de las perforaciones
en las que se ha encontrado vida a gran
profundidad
|
En 1992 Thomas Gold publicó su célebre artículo The deep, hot biosphere (la biosfera
caliente y profunda) en el que, además de insistir en su controvertida tesis
sobre el posible origen abiogénico de los llamados combustibles fósiles (petróleo,
carbón y gas natural), proponía un novedoso planteamiento sobre la composición
de la biosfera terrestre según el cual todos los organismos que vivimos sobre
las masas continentales o en el seno de los océanos no seríamos más que una
fracción del total en el planeta. Inflitrados en los materiales
subsuperficiales y hasta una profundidad de varios kilómetros parece medrar una
cantidad de microorganismos de magnitud comparable a la del total de vida
exterior, si no considerablemente superior en términos de biomasa total.
Desde entonces, el hallazgo de evidencias de vida en todo tipo de
perforaciones practicadas en las más diversas localizaciones del planeta se ha
convertido en rutinaria, desvelando un panorama muy parecido al adelantado por
Gold; bajo el suelo y hasta una profundidad de al menos 5 km, prosperan florecientes poblaciones de bacterias y arqueas que parecen ser
ubicuas alrededor del globo y que el proyecto de investigación internacional Observatorio del Carbono Profundo (DCO por
sus siglas en inglés), en desarrollo desde hace cuatro años, está tratando de
localizar y catalogar. Un detalle sorprendente e inexplicado de los estudios
realizados hasta ahora en el marco de este programa de investigación es la gran
similitud genética de las diferentes poblaciones analizadas, a pesar de su
separación geográfica y del aislamiento inherente a las condiciones en las que
viven.
Estas formas de vida no dependen para su sustento de la luz
solar, porque se abastecen de recursos químicos que afloran desde niveles
inferiores (la zona de interfaz entre la corteza y el manto) disueltos en agua
que asciende después de haberse filtrado por hendiduras de la corteza en forma
de compuestos en desequilibrio químico, siendo susceptibles por tanto de ser
explotados como fuente de energía. Un ejemplo sería el proceso de oxidación de
metano e hidrógeno a partir de oxígeno disponible en sulfatos y óxidos
metálicos que sustenta ecosistemas enteros en las chimeneas hidrotermales del fondo
marino. Entornos similares, abastecidos por un suministro similar de fluidos
calientes ricos en “nutrientes” se pueden encontrar profusamente distribuidos
por toda la corteza terrestre y, dada la conocida capacidad bacteriana para
adaptarse al aprovechamiento de todo tipo de recursos metabólicos, todos
podrían estar habitados.
Desde nuestro punto de vista de animales complejos no deja
de sorprender que estos organismos puedan vivir en unas condiciones de
temperatura y presión “extremas”. Se cree que pueden soportar temperaturas de
hasta 150º C a profundidades en las que la elevada presión permite que el agua
permanezca en fase líquida. Pero si tenemos en cuenta que la vida probablemente
se originó en las mencionadas chimeneas hidrotermales en torno a procesos
químicos similares a los descritos, estas condiciones ambientales serían las
propias de la confortable cuna de la vida, abandonada después a lo largo de la
evolución por algunos organismos que tuvieron que adaptarse a las temperaturas
cada vez más frías y hostiles en su camino hasta la superficie. Los organismos
sobre la corteza, desde este punto de vista, seríamos los “extremófilos”.
Además, cabe pensar que la vida, en su inherente tendencia expansiva, se
extendió en primer término de forma horizontal alrededor del globo por los
entornos de características similares a las que propiciaron su emergencia. Así
parece confirmarlo el hecho de que los tipos de organismos más antiguos que se
pueden encontrar pertenezcan precisamente a los englobados bajo la denominación
de termófilos.
Otro aspecto destacable de esta biosfera profunda es que las
condiciones en las que prospera son en gran medida independientes de las de la
superficie, circunstancia que ofrece una interesante perspectiva desde el punto
de vista astrobiológico: en varios cuerpos del Sistema Solar, como es el caso
de Marte o Venus, cuyas características iniciales fueron muy similares a las de
la Tierra, podría haberse originado la vida con la misma inmediatez que aquí y,
de haber sido así, quizá pueda haber persistido también en la profundidad de su
corteza abastecida por la energía generada en el interior de su manto (que en
ambos casos, y al igual que en el caso terrestre, procedería del decaimiento de
los elementos radiactivos que contiene), y por los materiales movilizados a
través de reservorios de agua líquida que podrían haber permanecido a lo largo
de su evolución bajo la corteza sólida. En cualquier caso hay que hacer notar
que, si se tratara de una biosfera ampliamente extendida bajo la superficie,
sus rastros serían notorios en la atmósfera, en la que necesariamente se
vierten los desechos metabólicos de cualquier suerte de vida que podamos
imaginar. En Marte concretamente, el planeta más explorado de nuestras
inmediaciones, no se han detectado gases (como por ejemplo metano) que denoten
una actividad biológica, aunque en este momento no es posible aseverar
conclusivamente que no la haya o la haya habido en su pasado. Sí parece poder
deducirse de las investigaciones en curso que alguna vez fue un planeta
“habitable”.
Además de los casos de Marte o Venus, hay otros ejemplos de
cuerpos que podrían albergar vida semejante a la de nuestra biosfera profunda,
que Gold cifra en hasta 10 dentro del Sistema Solar en una estimación quizá
sesgada hacia la exageración entusiasta. Pero Europa o Titán, satélites de
Júpiter y Saturno respectivamente, reúnen bajo su corteza helada las
condiciones idóneas para haber dado origen y sostener algún tipo de vida: agua
líquida, elementos esenciales contenidos en los compuestos de sus mantos
rocosos, y un flujo de energía interna que en ambos casos procede del calor
generado por el efecto marea en la interacción gravitatoria con los planetas
que orbitan. Ganímedes, el mayor de los satélites de Júpiter, o Encélado, otro
satélite de Saturno, serían también destacados candidatos a contener una
biosfera profunda.
Todavía no se conoce detalladamente la terrestre, porque su
prospección es compleja, y huelga decir que en otros objetos del Sistema Solar
su rastreo plantea unas dificultades hoy por hoy insalvables, pero sin duda
esta línea de indagaciones abren unas vías de estudio muy prometedoras en un
futuro a medio plazo.
Comentarios
Publicar un comentario