Tras las pistas de presuntos marcianos


En 1975 la NASA envió a Marte sus sondas Viking (I y II) en la más ambiciosa misión de exploración del Planeta Rojo que se ha llevado a cabo hasta la fecha (al menos si nos atenemos al tamaño y equipamiento de estos aparatos) y la única específicamente diseñada para buscar señales de vida más allá de la Tierra. Ambas estaban compuestas por una sección orbital y otra de aterrizaje (los Viking lander) que tras amartizar con éxito, realizaron una serie de experimentos y tomaron imágenes de la superficie del planeta gracias a las sofisticadas cámaras especiales montadas en las sondas por el empeño personal de Carl Sagan, el director científico del proyecto, que albergaba la esperanza de registrar incluso algún tipo de animal marciano de gran tamaño moviéndose por la superficie. Las fotografías tomadas sólo sirvieron finalmente para ilustrar estudios geológicos, pero las prospecciones en busca de vida no se limitaban a estos aparatosos y quizá disparatados dispositivos, y aunque las muestras visuales no mostraron más que un paisaje árido y desierto, los científicos cifraban todas sus expectativas en la serie de experimentos para determinar la existencia de vida (microbiana) en el suelo marciano.

El primero de ellos consistió en un análisis de muestras para determinar la presencia de compuestos orgánicos, que arrojó un resultado negativo. Posteriormente se realizaron otros tres experimentos de los que el conocido como Experimento de Liberación Etiquetada (consistente en la adición de nutrientes orgánicos marcados con carbono 14 para comprobar si era asimilado por presuntos microorganismos marcianos y liberado después de ser metabolizado integrado en un gas de desecho radiactivo) dio un resultado positivo, como también ocurrió con el experimento final, en el que se expuso una muestra de suelo a la luz y a carbono 14 de nuevo, con el mismo objetivo de verificar su captación y procesado en alguna suerte de metabolismo. La interpretación de estos datos fue no obstante controvertida, y se dudó de que pudieran atribuirse concluyentemente a procesos biológicos y no a otros de naturaleza inerte propiciados por las especiales características de la química en el extraño medio marciano. La presencia de vida no podía probarse ni descartarse redondamente, si bien la ausencia absoluta de materia orgánica en las muestras inclinaba a los científicos a tomar mayoritariamente los resultados como falso positivo, con la excepción, por ejemplo de Gilbert Levin, uno de los miembros del equipo que diseñó las Viking, quién mantiene que de hecho se detectó vida en el experimento de liberación etiquetada, y que además se obtuvieron imágenes de vida marciana por una de las sondas: una extrañas manchas verdosas apreciables en ciertas rocas que asimiló a algún tipo de liquen.

El análisis exhaustivo del famoso meteorito ALH 84001 varios años después de su caída en la Antártida, reavivó la cuestión cuando algunos científicos dijeron identificar fósiles de organismos semejantes a bacterias en su interior. Las muestras contenían además carbonato cálcico (un compuesto fabricado comunmente por la vida, aunque puede formarse por mecanismos químicos abióticos), compuestos orgánicos (hidrocarburos policíclicos) y mezclas de hierro y sulfuro de hierro en un desequilibrio químico que la actividad biólogica puede mantener, pero es problemático justificar sin su concurso. Quizá este meteorito suponga una prueba de que, bajo el suelo estéril y corrosivo de Marte, existió vida en un pasado lejano, cuando en el planeta reinaban unas condiciones más favorables, con disponibilidad de agua y una densa atmósfera de CO2 y otros gases de efecto invernadero que lo mantenían caliente.

Por fin, en 2004, la sonda Mars Express de la ESA detectó amoniaco en bajas concentraciones en la tenue atmósfera marciana, y también se ha determinado por diversos métodos la presencia de metano. La rápida degradación de ambos gases bajo la radiación solar que azota a Marte sugiere que su acumulación, aunque sea mínima, se debe a la existencia de algún suministro continuo que puede tener dos orígenes: alguna clase de actividad biológica que lo produce como desecho metabólico o la actividad volcánica, y de esta última Marte carece casi por completo si es que tiene alguna. Las más antiguas evidencias de vulcanismo registradas a través de meteoritos procedentes de allí datan de hace 180 m.a. pero aún cabe la duda de si ha existido algún periodo de episodios volcánicos más recientemente del que queden como remanente las cantidades de esos gases encontradas. En el caso concreto del metano aún hay un detalle interesante; en las zonas en las que su concentración es más elevada también lo es la de vapor de agua, como si ambas procedieran de la misma fuente, localizada en la región ecuatorial del planeta. La existencia de capas de hielo en el interior de la corteza marciana podría explicar la presencia de vapor de agua, y una posible actividad volcánica de bajo nivel en las zonas en cuestión explicaría además la emanación de metano, pero igualmente podría haber una población de microorganismos metanógenos en lo profundo del suelo donde, además de todos los elementos precisos, dispondrían de agua líquida para medrar.

Hasta el momento y haciendo gala de una encomiable prudencia, ningún astrobiólogo ha dado rienda suelta a su entusiasmo sobre la posibilidad de que exista vida en Marte ante el cúmulo de datos (bien que ambiguos pero numerosos) recabado, pero parece que se ha extendido una generalizada excitación de cara a futuras averiguaciones.

Marte no siempre ha sido como ahora. La sonda Opportunity encontró afloramientos en los que había minerales que tuvieron que formarse en el seno de agua líquida, y otras observaciones permitieron determinar que, en un pasado lejano, su superficie albergó masas importantes de agua, al menos del tamaño del Mar Báltico en la zona estudiada, y que la tuvo durante un largo periodo, como demuestra el grosor de la capa de esos minerales depositados lentamente en su fondo, además de contar con una atmósfera capaz de retener el calor suficiente para mantener unas condiciones térmicas parecidas a las de la Tierra. Teniendo en cuenta que la vida, según se puede deducir del ejemplo terrestre, surge con rapidez allí donde se den las condiciones mínimas necesarias, no es descabellado suponer que en sus primeras etapas, cuando el agua fluía en abundancia por su superficie con los elementos esenciales disueltos, y bajo el abrigo de una espesa atmósfera de CO2, Marte pudo muy bien ser cuna de vida. Y la vida también es tenaz una vez se ha formado. Quizá pudo resistir en enclaves recónditos pero aún hospitalarios bajo la superficie del planeta y esté todavía allí.

Sólo su expresa búsqueda en futuras misiones podrá aclarar finalmente todas las dudas.

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