Carácter “darwiniano” de la vida

Durante una conferencia pronunciada en Cádiz el pasado verano, el gran y quizá deficientemente ponderado paleontólogo Juan Luis Arsuaga anunció, no sin cierta solemnidad, que después de 2009, bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y sesquicentenario de la publicación de su obra fundamental El origen de las especies, habíamos entrado en 2010, otro año muy importante porque sería el año en el que se cumplirían 201 años del nacimiento del genial científico y 151 de la publicación de su libro, pero no menos que el corriente 2011 cuando se cumplirán su 202 y 152 aniversario respectivamente. Así, cada año venidero será ocasión para conmemorar esos dos acontecimientos, destacadas efemérides en la historia del conocimiento humano. El comentario no deja de ser oportuno cuando el reconocimiento del proceso evolutivo en el devenir biológico del planeta ha supuesto uno de los grandes logros de la ciencia, pero lamentablemente no pasa de estar relegado en la consideración general a la categoría de hipótesis de validez cuestionable y sujeta a opinión, cuando no es ferozmente atacado por ciertos movimientos religiosos de corte fundamentalista y dañina repercusión.

La evolución, movida sobre los mecanismos básicos de la modificación genética y el escrutinio posterior de la selección natural, ha modelado las diferentes formas de vida actualmente integrantes de la biosfera desde su origen común, pero además, no es un fenómeno sobrevenido circunstancialmente a la vida en nuestro planeta después de su emergencia, sino que es una de sus propiedades inherentes, y no sólo de la vida conocida, sino de la vida considerada en abstracto, y está incardinada con carácter primordial en el propio concepto. No en vano, en la definición elaborada para servir como referencia en las eventuales misiones de búsqueda de vida extraterrestre a desarrollar por la NASA, se incorpora como característica de las presuntas estructuras biológicas que se encuentren en su caso la “capacidad de evolución”.

En este sentido, toda vida sobre la Tierra es darwiniana, pero también lo será cualquier otra forma diferente que se pueda concebir por diferentes que sean las características que se le atribuyan. Durante dos años, un grupo de científicos de la Academia Nacional de Ciencia de Estados Unidos desarrolló posibles modelos alternativos de vida construida con elementos diferentes, inmersa en disolventes distintos del agua o estructurada según un código genético extraño, e intentó prever cual sería su comportamiento, que en ningún caso dejó de ajustarse a una dinámica darwiniana. Los modelos biológicos diseñados en los que podrían desarrollarse formas de vida no darwiniana quedaron en todo caso situados más allá de la línea que separa “lo posible de lo improbable”.

La evolución es por tanto consustancial a la vida, y probablemente empezó a operar ya sobre los ciclos químicos prebióticos, antes de que se hubiera constituido una estructura definitivamente viva. La naturaleza esencial del cambio evolutivo, que ha dado lugar a la inabarcable diversidad de la vida, también es la que le confiere una tendencia perversa y nociva para consigo misma como ha hecho notar Peter Ward en su afán de rebatir los idílicos postulados propuestos por James Lovelock en su armoniosa y célebre teoría del superorganismo planetario Gaia, en una argumentación tan sorprendente como bien fundamentada que merece atención exclusiva en texto aparte.

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