Un vistazo a los transgénicos


A pesar de que su implantación se ha extendido hasta límites que no sospechamos, los transgénicos no gozan de predicamento entre el usuario medio, al que parecen producirle un rechazo instantáneo e impreciso. Su mera mención evoca automáticamente temores de toxicidad a su ingestión y catátrofes naturales a su cultivo, lúgubres ideas promovidas desde amplios sectores opuestos enérgicamente a su uso. Los peligros latentes en el cultivo de variedades transgénicas no deben ser ignorados en cualquier caso, y son muchos los científicos que aconsejan, cuando menos, extremar las precauciones en su utilización, y otros tantos no la consideran siquiera necesaria.
La introducción de genes de una especie en otra distinta no es nueva en realidad, de hecho las tradicionales técnicas de hibridación (injertos, cruces de especies animales como el caballo y el burro, los circenses ligres y los tigones o tigrones…) suponen una mezcla genética no natural. Lo que sí es nuevo es la posibilidad de llevar a cabo este trasvase entre especies muy distintas y con ubicaciones muy alejadas en el árbol de la vida, como una bacteria y una planta o un mamífero. La moderna técnica transgénica, desarrollada en el campo de la ingeniería genética, es un refinamiento de las hibridaciones que hace posible la introducción precisa de los genes se desee, mientras que en los cruces tradicionales la mezcla genética es incontrolada, y además no está limitada por la compatibilidad reproductiva de las especies donante y receptora. Dado que la transferencia se realiza directamente en el genoma de las células, y que el ADN es una molécula químicamente idéntica en cualquier forma de vida (recordemos que todas las especies vivas somos descendientes de un único organismo originario), es virtualmente posible un intercambio de material genético entre cualesquiera especies, puesto que cualquier célula lo reconoce como tal independientemente de su procedencia y es capaz de interpretarlo y ejecutarlo.
La aplicación de esta moderna técnica se ha centrado en el desarrollo de especies vegetales de cultivo, principalmente maíz, soja, colza y algodón, siendo las variedades más conocidas de todas ellas las denominadas Bt, porque incorporan genes de la bacteria Bacillus thurigiensis que inducen la producción de una proteína tóxica para los insectos que las atacan. De diversas cepas de la bacteria se pueden obtener diferentes toxinas específicas para los insectos a combatir en cada caso. De esta forma, se reduce la cantidad de plaguicidas necesarios en las plantaciones, con el consiguiente beneficio para el medio ambiente, como alegan los partidarios del uso de transgénicos. Robert B. Horsch, de la empresa Monsanto, investigador pionero en la modificación genética de células vegetales, además, añade el incremento del rendimiento en las cosechas transgénicas en márgenes apreciables con la utilización de los mismos recursos (superficie de suelo, agua, fertilizantes, herbicidas), lo que supone en su criterio un freno a la expansión de cultivos a costa de sobreexplotación de acuíferos, roturación incontrolada de tierras vírgenes, intoxicación ambiental consecuente por uso de productos químicos etc. Incluso prevé un avance en la mejora del valor nutritivo de algunos alimentos a pesar del fracaso inicial de algunos cultivos, como el del arroz dorado, una variedad modificada genéticamente para aportar cantidades extras de beta-caroteno, precursor de la vitamina A, que en principio prometía paliar la grave incidencia de ceguera que su deficiencia causa en amplias poblaciones del Tercer Mundo . El desarrollo del aceite de mostaza amarilla enriquecido en beta-caroteno al igual que el anterior, un aceite transgénico con abundancia de ácido oleico, o un tipo de soja con alto contenido de vitamina D, auguran importantes avances en este aspecto según Horsch. Todas estas ventajas teóricas no han supuesto de hecho los beneficios esperados. Sólo en el cultivo de algodón Bt se ha conseguido una reducción significativa de los plaguicidas necesarios, y en cambio son muchos los riesgos que acechan tras los transgénicos.
Los escépticos ante el uso de estas especies modificadas plantean numerosos problemas que los llevan a desestimarlas, o al menos a supeditar su desarrollo al establecimiento de rigurosos controles previos y a la realización de estudios exhaustivos sobre sus posibles consecuencias, que son de alcance mal conocido. Se teme que los tóxicos que generan los cultivos Bt afecten a especies de insectos inocuos como han indicado algunos estudios sobre mortalidad de orugas depredadoras de otras que sí son diana de las variedades Bt, o de insectos que consumen hojas de plantas próximas a cultivos transgénicos y que se impregnan con polen procedente de éstos. Los resultados de estos estudios, realizados en laboratorio, se han puesto en duda sin embargo porque no se han ajustado a las condiciones reales en la naturaleza y han sido contradichos por otros trabajos, aunque el peligro no puede quedar descartado, y la cuestión debe resolverse con más amplias comprobaciones. Otra posibilidad aún no verificada pero que pende amenazadora es el trasvase de genes desde la variedad transgénica hasta otras plantas cercanas a los cultivos a través del polen, que puede fecundar especies genéticamente próximas. Este flujo está documentado. Allison Power, de la Universidad de Cornell, ha comprobado en el laboratorio como la avena silvestre puede incorporar genes de centeno. Si los genes que confieren resistencia a los insectos o a los herbicidas llegaran a la avena silvestre en el campo, se generaría una variedad que adquiriría las características de una plaga que se extendería calamitosamente sin posibilidad de control. Power advierte que éste es el caso de la avena, pero que cada cultivo transgénico presenta peligros específicos, algunas veces difíciles de prever. En el caso de las variedades Bt, además, es de esperar que las especies de insectos que combaten acaben desarrollando resistencia a las toxinas que producen, y las malas hierbas que rodean cultivos diseñados para resistir herbicidas obtendrán asimismo inmunidad a éstos, con lo que tales variedades dejarán de tener utilidad y habrán dejado tras de sí una población de insectos y malas hierbas más difíciles de combatir en lo sucesivo. Es cierto que los cultivos transgénicos deben observar ciertas medidas para limitar esta posibilidad, como es la combinación con variedades convencionales para asegurar que, de surgir individuos resistentes, se apareen con otros que no lo son y su resistencia se diluya genéticamente, pero son muchos los que creen que estas medidas no son suficientes para eludir el riesgo, sólo para aplazarlo, y además no siempre se aplican en la práctica.
En cuanto a los peligros para la salud, se plantea la alergenicidad de los alimentos procedentes de transgénicos, causada por la introducción de genes que generan la producción de toxinas. Aunque en principio éstas son específicas para las especies para las que están pensadas, el funcionamiento del genoma, en su conjunto, se comprende todavía mal, y no se sabe cómo puede afectar a la fisiología de una especie la introducción de genes de otra. Como cree Margaret Mellon, doctora en biología molecular, la manipulación de un complejo sistema muchos de cuyos detalles no se conocen puede acarrear efectos inesperados que no han sido descartados por una verificación adecuada, basada en una recopilación suficiente de datos experimentales que todavía no se ha reunido en su criterio. Por otro lado, los genes que se insertan en plantas a modificar suelen acompañarse de genes marcadores que confieren a las células que los incorporan inmunidad a los antibióticos, de forma que, al tratar posteriormente el cultivo con esos mismos antibióticos, se eliminan las células que no han captado el gen en cuestión y se consigue una población neta de células modificadas a partir de la cual desarrollar las nuevas plantas. Pues bien, estos genes marcadores pueden pasar a las bacterias del tracto intestinal, y de éstas a otras bacterias patógenas, confiriéndoles la misma resistencia en una transferencia que, si bien es remota, es posible y podría tener consecuencias muy graves.
La bondad de las variedades transgénicas para solucionar problemas alimentarios en zonas deprimidas del mundo por sus extraordinarias cualidades no se ha visto confirmada de hecho debido, como sugieren Terri Raney y Prabu Pingali, a los problemas de naturaleza institucional y adminsitrativa que se encuentran para su extensión en países en desarrollo y que determinan su éxito, como la capacidad investigadora de esos países, el funcionamiento de los mercados de entrada y la normativa ambiental, de seguridad alimentaria y de propiedad intelectual, ligados al carácter privado de las empresas que los desarrollan que se mueven por el afán de ganancias. Así, los principales productores de transgénicos son Estados Unidos y Canadá, y los beneficios conseguidos con ellos son más bien de tipo económico para las compañías que los han diseñado. Para estos autores, la más fructífera Revolución Verde del siglo XX estribó en la bajada de los precios de los cultivos conseguida a través de la mejora de especies por hibridación, de la distribución de semillas mejoradas y de los elementos complementarios (abonos, riegos, productos fitosanitarios etc), promovida por centros de investigación públicos sin ánimo de lucro, circunstancias que no concurren en los cultivos transgénicos.
Pero hay un dato más definitivo para replantearse la conveniencia de seguir extendiendo el uso de cultivos transgénicos: en el mundo se producen efectivamente alimentos suficientes para abastecer a toda la población que lo habita, y los problemas de desnutrición se deben más bien a deficiencias en la distribución. Parece aconsejable, por lo tanto, ponderar más ajustadamente los riesgos que conllevan, y ser más cuidadosos antes de asumir su implantación imprudentemente.
Hay que señalar, por último, que esto no afecta a la técnica de transferencia genética en sí, que en el campo de la farmacopea ha producido resultados más que alentadores, y que sin duda aportará soluciones a numerosos y diversos problemas en un futuro, si se consigue desarrollarla por los cauces adecuados, con los debidos controles y orientarla a la búsqueda de beneficios generales independientemente de su rentabilidad económica inmediata.


[En España, país pionero en el uso de cultivos transgénicos dentro de la Unión Europea, se dedican en la actualidad más de 75.100 hectáreas a estas variedades.]

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