Las especies: una figuración científica


El concepto de especie puede parecer a bote pronto una elaboración mental derivada directamente de la observación y con unos límites, en principio, tajantes y nítidos. La diferencia en las formas de vida permite plantear de forma inmediata una compartimentación de las mismas en agregados básicos denominados especies a partir de los cuales se establecen las clasificaciones al uso. Pero la cuestión no es tan simple, y ofrece aspectos problemáticos y poco claros.

Históricamente, especie era un conjunto de individuos similares entre sí y distintos de los de las demás especies, es decir, se interpretaba una definición morfológica del concepto que no contemplaba ningún tipo de continuidad entre estos conjuntos. Ya en el siglo XIV se propuso el carácter meramente instrumental de la idea desde las posturas nominalistas, que negaban la existencia real de tal categoría en la naturaleza. Las ideas evolucionistas de Darwin supusieron una reconstrucción del término, que pasó a referirse a agregados de poblaciones sometidas a variación, introduciendo la continuidad como parámetro esencial. Ya el propio Darwin, a la luz de sus averiguaciones, vislumbró la dificultad para delimitar el alcance de la categoría. Posteriormente se sucedieron los intentos por establecer una definición integradora desde la actitud básica de considerar que las especies son secciones de la vida reales que existen en la naturaleza, opuesta a la mantenida por los citados nominalistas, que no han dejado de mantener vigencia y que sólo contemplan la existencia de individuos. Así, se han propuesto diferentes definiciones atendiendo a diversos aspectos característicos: la especie biológica, la noción más ampliamente aceptada, que alude a la capacidad reproductiva entre los individuos que la integran; la especie evolutiva, que recurre a la línea ancestro-descendiente para diferenciar poblaciones con su propia tendencia evolutiva divergente de las demás; especie morfológica, que tiene en cuenta exclusivamente la configuración corporal y que es poco afortunada; la especie filogenética o la especie ecológica, que se centran en caracteres distintivos y condiciones adaptativas respectivamente.

Todas ellas ponen de relieve algún aspecto de los grupos a los que pretende integrar en el concepto, pero ninguna consigue englobar todas las variables que los caracterizan, por lo que la delimitación queda difusa en zonas más o menos amplias, lo que abunda en la dificultad de aprehender una noción que parece inasible.

Adoptando un punto de vista general sobre la historia de la vida es posible apreciar como ésta, considerada como un modo de organización de la materia que es capaz de reproducirse y autorregularse, comenzó en un momento determinado sobre la tierra. No podemos saber cuantas veces se inició el fenómeno, pero parece claro que sólo de una de las estructuras iniciales, el conocido L.U.C.A. (Last Universal Common Ancestor) dio lugar a la línea de la que descienden todos los oganismos actuales, incluidos usted y yo. A partir de LUCA, (que, debe quedar claro, no fue ni el primero ni el único, sólo el que tuvo continuidad) esta organización se ha ido extendiendo y ramificando en multitud de formas diversas a lo largo de miles de millones de años sin que se haya producido ni un segundo de discontinuidad en el proceso, lo que implica que todo individuo vivo de cualquier “especie” tiene una línea genealógica por la que, si descendiéramos, acabaríamos encontrando formas de vida correspondientes a otras especies, en las que a su vez confluirían las líneas correspondientes a otros individuos actuales. No hay categorías naturales que agrupen a los individuos en conjuntos característicos, porque todos estamos emparentados con cualquier otra criatura, y la magnitud de las diferencias entre distintas formas responde a una mayor o menor proximidad en el proceso continuo de variación de las manifestaciones concretas de la vida.

Quizá sea inevitable, en definitiva, asumir que la noción de especie no es más que un artefacto científico, útil a la hora de desplegar estrategias de estudio biológico, pero sin correspondencia con una entidad real claramente reconocible; un intento vano de sujetar en una consideración estática y compartimentada una realidad enteriza y permanentemente cambiante: La Vida.

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