Charlando con el profesor Marcus
Entrevista con el premio Nobel de Química Rudolph
Marcus
Por
Juan Fco. Buenestado Castro
El profesor Rudolph A. Marcus, ganador del premio Nobel de
Química en 1992, ha estado de visita en Granada invitado por el Dr. F. Javier
Martín Torres, director del Grupo de Ciencias Planetarias y Habitabilidad
(grupo adscrito al Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra con sede en esta
ciudad) durante los primeros días de septiembre en los que, además de participar
en diversos actos protocolarios programados por la Universidad de Granada y
trabajar con su anfitrión en el establecimiento de una línea de investigación
conjunta, nos ha concedido una entrevista, la última de una serie de ellas que
ha mantenido con diversos medios de comunicación a lo largo de su estancia.
Ésta se produce en el IACT, en un ambiente más distendido
que las anteriores, en las que imperaba inevitablemente cierta rigidez formal.
Quizá sufriendo todavía cierta incomodidad residual ante un nuevo cuestionario
por más relajada que fuera la situación, opta por marcar el tono informal de la
charla e inicia el encuentro recordando una anécdota que vivió en la universidad.
Cuenta que un alumno reclamó a uno de sus colegas por la nota de un examen en
el que había obtenido la calificación de aprobado, alegando que ya había hecho
un examen de preguntas muy similares con otro profesor y en aquella ocasión
había conseguido un sobresaliente. Su colega le replicó al alumno que, dado lo
ingrato del trabajo docente y la especial dificultad que le suponía tener que
estar elaborando constantemente nuevas preguntas, había decidido que era más
cómodo cambiar las respuestas. Se muestra así como el hombre encantador y
afable que es, propenso al acercamiento a través de la buena conversación. Nos
habla de sus vivencias, de su familia, de sus pasiones (que se circunscriben al
mundo de la ciencia fundamentalmente aunque incluyen el esquí), haciéndonos
disfrutar de su compañía en todo momento, y se interesa por las nuestras con
sincero interés; por detalles de nuestras circunstancias, de nuestros gustos, de
la vida en nuestro país (sobre el que parece haberse informado expresa y
previamente). Su voz, profunda e hipnótica, no acusa el más mínimo deterioro
tras los 91 años que ya lleva en uso, como tampoco se notan en su amabilidad,
su curiosidad, ni su entusiasmo científico. Nos queda de todas formas la duda
de si habrá decidido aplicar la técnica de su colega en esta ocasión y su
relato haya sido una advertencia.
El logro que le valió la concesión del premio fue “su contribución a la teoría de la
transferencia electrónica en los sistemas químicos”, un tema que puede
parecer indescifrablemente arcano, pero que trata sobre un fenómeno fundamental
en innumerables interacciones químicas. Nos explica que en una reacción de
transferencia electrónica típica, los reactivos que intervienen son idénticos a
los productos resultantes (a salvo de sutiles diferencias estructurales que
suponen un cambio en su estado termodinámico), y se produce sin que se rompan
enlaces ni se forme ninguno nuevo, lo que la convierte en la más simple de las
reacciones químicas posibles, que está en la base de una gran cantidad de
procesos naturales, y cuya comprensión abrió todo un nuevo campo de estudio dentro
de la química y planteó una profunda reformulación de otros muchos ya
existentes.
Nuestra primera pregunta es precisamente sobre la
trascendencia de su teoría en el ámbito de la química globalmente considerado.
Nos contesta que efectivamente su importancia es primordial,
porque “aunque hay otros tipos de reacción, la transferencia electrónica es la
más común en la naturaleza” y está en la base de los procesos químicos a partir
de los cuales se producen muchas de esas otras reacciones y procesos. Esta condición
elemental del fenómeno ha hecho que infinidad de problemas que atañen a muy
diferentes áreas de la química estén siendo sometidos a revisión en relación
con la transferencia electrónica, y que se hayan abierto innumerables vías de
estudio nuevas.
Esta respuesta sugiere que su teoría pudiera suponer lo que
Thomas Khun definió como paradigma en
su libro La estructura de las
revoluciones científicas, en el que define el concepto como aquellas
teorías que definen qué se debe investigar, que determinan el tipo de
cuestiones que hay que plantear, y que delimitan el marco de interpretación de
los resultados científicos a partir de su formulación.
Preguntado sobre este particular, el profesor Marcus
considera que su modelo sí se puede considerar como un nuevo paradigma, aunque
matiza su respuesta con un prudente “en cierto sentido”, porque ciertamente
impone una nueva forma de afrontar las investigaciones teóricas en la gran
mayoría de las áreas que abarca la Química. “Sí”, repite para concluir, “en
cierto sentido, se puede decir que la teoría de la transferencia electrónica
supone un nuevo paradigma en química”.
El profesor Marcus suele contar que su encuentro con el tema
de la transferencia electrónica se produjo en buena medida gracias a la confluencia
de una serie de circunstancias casuales. Inclinado desde sus inicios en el
trabajo de investigación al tratamiento teórico de los problemas (cuando,
recuerda, no había en Canadá, su país de origen y de formación, ni un solo
químico teórico con el que trabajar), había logrado ya culminar la formulación
de la teoría RRK (de Oscar Knefle Rice,
Herman Carl Ramsperger, y L.S. Kassel) que desde entonces se conoce
como teoría RRKM con la adición de la inicial de su apellido, y que modela la
dinámica de reacciones unimoleculares en fase gaseosa. Pero no había
circunstancialmente muchos datos experimentales sobre los que seguir trabajando
en el desarrollo de esta línea de estudio y estaba buscando, con actitud
abierta y receptiva, algún otro asunto sobre el que investigar desde un punto
de vista siempre teórico. En esta tesitura, uno de sus estudiantes le planteó
algunas cuestiones sobre un asunto relacionado con polielectrolitos que
despertó su interés, y para cuyo estudio se vio obligado a ampliar sus conocimientos
de electrostática, en particular sobre los métodos de cálculo de la energía
libre en este tipo de sistemas. Cuando poco después se topó (otro “accidente”
como lo califica el profesor Marcus) con la cuestión de la transferencia
electrónica a través de algunos artículos, el bagaje acumulado le permitió
identificar comprensivamente los problemas que se planteaban en este campo,
entre los que destacaba la explicación de la variación de velocidades de
reacción de transferencia entre distintos tipos de iones observadas
experimentalmente, y por supuesto afrontar su resolución. Así, se encontró
“accidentalmente” ante un problema, dotado “accidentalmente” con las
herramientas para superarlo, lo que consiguió con una brillantez solo al
alcance de una mente privilegiada. Hay que señalar, para compensar la modestia
con la que el profesor Marcus lo relata, que el problema no era nuevo y ya
había sido tratado por notables científicos sin éxito y que, al margen de la
favorable secuencia de circunstancias, él supo aplicar sus conocimientos para
definir la solución, lo que según sus declaraciones le llevó “un mes de trabajo
especialmente intenso” a lo largo del cual el núcleo de su teoría quedó
estructurado, siendo desarrollado luego mediante la publicación de una serie de
artículos entre 1956 y 1965
A sus 91 años, el profesor Marcus
aún siente entusiasmo ante la “excitación de trabajar en cosas nuevas y
diferentes que nunca antes se han visto…de aprender”
|
El carácter fundamental y revolucionario del modelo desarrollado por
el profesor Marcus es a estas alturas unánimemente reconocido y ha sido
ampliamente utilizado en multitud de áreas de la química en las que la
transferencia electrónica tiene una importancia capital. Es el caso de estudios
sobre electrodos semiconductores, transferencia electrónica en sólidos y
polímeros, dinámica química de soluciones, conversión de energía solar,
fotoquímica atmosférica, quimioluminiscencia, fotosíntesis o funcionamiento de
proteínas, entre otros muchos que se podrían citar.
Para ejemplificar la relevancia que la transferencia
electrónica tiene en alguno de estos asuntos, le preguntamos al profesor Marcus
qué papel juega el fenómeno concretamente en los procesos de respiración
celular y en la fotosíntesis.
Contesta describiendo como en los sistemas biológicos la
transferencia de electrones es un mecanismo básico por el que “los electrones
circulan a través de cadenas de transporte para impulsar el paso de carga a
través de la membrana, estableciendo un potencial electroquímico que mueve
otras reacciones como la formación de ATP…” En definitiva, la transferencia
electrónica es, tanto en el caso de la respiración como en el de la fotosíntesis,
un proceso fundamental, “una forma de producir un gradiente eléctrico a través
de la membrana a partir del cual se impulsa toda una secuencia de eventos”.
Suponiendo que además de estos últimos quedarán muchos otros
asuntos, aún dentro del ámbito de la bioquímica, pendientes de reformulación a
la luz de la teoría de transferencia electrónica, pedimos al profesor Marcus
que nos indique cuales serían.
Tras un silencio reflexivo que se prolonga durante 12
segundos y en el que intercala un halagador “buena pregunta”, comienza su
respuesta haciendo un repaso por lo que sí se está haciendo de hecho. Alude a
los recientes estudios encaminados a calcular las velocidades de reacción
electrónica mediante expresiones desarrolladas a partir de mecánica cuántica.
Pero, advierte, “algunas reacciones de transferencia electrónica son más
complicadas porque se completan con una transferencia de protones, como ocurre con
varias proteínas en las llamadas “transferencias electrónicas acopladas a
protón”, o involucran a electrones procedentes de diferentes partes de la
proteína. “Así que hay capas de complicación creciente en el estudio de estos
fenómenos, y siempre quedan cosas por hacer en estas líneas de investigación”.
Menciona también el caso de sistemas bioquímicos en los que hay que tener en
cuenta las distancias de transferencia, o aquellos en los que se produce una
transferencia simultánea de otras partículas como ejemplos de áreas en las que
queda pendiente investigación apoyada en su teoría.
La consecución de este amplio predicamento, sin embargo, no fue ni
mucho menos automática e inmediata. Un somero repaso de la cronología muestra
como desde la publicación de los artículos en los que la propuso hasta que se
reconoció su trascendencia con la concesión a su autor del premio Nobel pasaron
varias décadas, durante las que fue objeto de controversia a pesar de que
configuraba un modelo con gran capacidad de explicación, una circunstancia que
sin duda merece atención y que nadie mejor que su principal protagonista puede
aclarar.
El problema, según el profesor Marcus, radicó en un
determinado punto de su teoría, porque “mientras algunos aspectos fueron
comprobados pronto, había uno, extraordinario e inesperado, cuya comprobación
llevó veinticinco años”, probablemente, sugiere, porque cuando se intentaba
confirmar experimentalmente, se obtenían efectos contradictorios, y no se
entendía que un proceso que debía discurrir “cuesta abajo” (es decir, favorable
energéticamente), se viera “forzado a ir lento”, así que la doctrina, nos comenta, encontró una ruta
alternativa por la que la reacción se producía como era de esperar eludiendo
resultados que se consideraban absurdos. Finalmente, termina, se consiguió
diseñar un experimento con el adecuado control que evitaba que ocurrieran procesos
no deseados bajo las condiciones elegidas y el problemático aspecto se
verificó.
El controvertido punto de la teoría es en concreto una chocante
predicción de su modelo, para cuya elaboración se barajó entre otros parámetros
la energía libre de Gibbs, que
permite establecer si una reacción cualquiera tendrá lugar espontáneamente.
Esto ocurrirá siempre que esta energía sea menor en los productos que en los
reactivos, es decir, que la reacción sea exergónica, liberándose energía en el
proceso y dando lugar a productos que son termodinámicamente más estables que
los reactivos. La reacción será más rápida cuanto mayor sea la diferencia entre
la energía libre de Gibbs de los reactivos y de los productos finales. Pero la
Teoría de Marcus (como también es conocido su modelo) mostraba que la tasa de
transferencia electrónica efectivamente aumentaba según la reacción se hace más
exergónica pero sólo hasta cierto punto, a partir del cual empezaba a ocurrir
lo contrario, en lo que se denominó la Región
Invertida de Marcus. Este era el “aspecto” que la doctrina contempló como
“absurdo” durante mucho tiempo, hasta que John R. Miller, a la sazón en el Argonne
National Laboratory, consiguió verificar el efecto experimentalmente de forma
fehaciente.
Un detalle que llama la atención en cuanto se indaga en la
vida y obra del profesor Marcus es la insistente mención al trabajo de
investigación teórico que se puede encontrar. Como último ejemplo, la conferencia
que ofreció en el Salón de Grados de la Facultad de Ciencias de Granada se
tituló Ventures in Science, Theory and Experiment, pero ya en la ceremonia de entrega
del premio Nobel leyó la ponencia titulada Electron Transfer Reactions in
Chemistry: Theory and Experiment, y hemos recordado más arriba como relata sus
dificultades para dedicarse a esta vertiente del trabajo investigador en sus
comienzos ante la desolación que sufría Canadá en el área de la química
teórica. También ha contado en varias ocasiones como ante este panorama
decidió, junto con un colega, instituir un “Seminario Semanal de Dos Personas”,
en el que alternativamente estudiaban y exponían al otro algún tema de su
interés que luego discutían.
Pensando que quizá pueda persistir cierto déficit de trabajo
teórico dentro de la Química, le pedimos su opinión al respecto
En cuanto oye la mención a su preocupación por el desarrollo
teórico su entusiasmo se desata… “Oh! Sí, hay muchos problemas en los que
trabajar…”, pero en cuanto acotamos la pregunta a la posible carencia, en
general, de base teórica en la disciplina lo niega, contestando que “siempre
hay nuevos estudios, nuevas técnicas, nuevos experimentos, nuevos sistemas” que
impulsan constantemente el desarrollo teórico. “Ahora mismo”, continua poniendo
un ejemplo, “hay problemas muy excitantes, como tratar de explicar por qué
ciertos materiales llamados perovskitas son maravillosos conversores de energía
solar en el efecto fotovoltaico, un campo que se ha expandido en unos pocos
años, o comprender en términos muy detallados la movilidad electrónica en semiconductores”.
Volvemos al campo de la bioquímica, dentro del cual la
transferencia electrónica sea quizá de especial importancia por la cantidad de
procesos en los que es relevante. Una de las actuales líneas de investigación
que sigue su grupo en el Instituto Tecnológico de California (CalTech) es
precisamente la catálisis de reacciones orgánicas en agua. Su entusiasmo se
vuelve a disparar cuando oye la referencia.. “sí, es excitante… es divertido”
antes de que acabemos de formular la siguiente pregunta sobre la importancia
del agua como disolvente.
Nos cuenta a este respecto que “…un famoso químico orgánico
que ganó el premio Nobel por estudios totalmente diferentes a la química del
agua, experimentó una particular reacción de dos compuestos orgánicos con los
que formó una solución que luego perturbó con agua. Sin ella, la reacción se
prolongaba 48 horas, pero al ser añadida se producía en 10 minutos”. Intrigado
por el fenómeno, pidió una explicación a un equipo de químicos teóricos que
trabajaban en las propiedades del agua y que no supieron dársela. “Pero
recuerdo otro tipo de experimento”, continúa el profesor Marcus, “que realizó
un físico de formación que trabajaba en química en la Universidad de California
en Berkeley, en el que encontró que el agua sobre la superficie de un compuesto
orgánico no tenía todos sus posibles enlaces de hidrógeno unidos a oxígenos”. Y
resultó ser en estos hidrógenos no enlazados en los que radica la explicación
de la rapidez de la reacción anterior, concluye.
Ilustra así la importancia del agua y la cantidad de
aspectos de su química que aún quedan por estudiar en profundidad, sobre todo en
el ámbito de la bioquímica, y muchos de los cuales deben ser planteados con
referencia a la transferencia electrónica.
Yendo un paso más allá en el tema, preguntamos a renglón
seguido si, dadas sus peculiares características, se atrevería a imaginar algún
tipo de vida que no estuviera inmersa en agua.
“Esa es una pregunta muy diferente” nos hace notar, y tras
otro prudente silencio reflexivo su contestación es un definitivo “no lo sé”.
“Habría que pensar en toda la química porque es un tema grande, muy
grande…tendría que pensar en él… probablemente no muchos lo han hecho…uno
tendría que pensar en todos los diferentes tipos de procesos químicos… No sé la
respuesta… “estaría sorprendido” si tal vida apareciera “pero no sé la
respuesta”.
Puede parecer sorprendente este tipo de respuesta en un
premio Nobel que lleva más de 70 años trabajando, pero hay que advertir que una
de las cosas que parecen apreciar primero aquellos que ascienden a las cimas
del conocimiento es la extensión de la ignorancia que queda por conquistar.
Además su respuesta no deja de ser esclarecedora, porque nos hace ver la
magnitud del asunto propuesto, nos hace reflexionar sobre la ligereza y poco
fundamento con el que en muchas ocasiones se plantea la cuestión en ciertos
ámbitos científicos, y nos deja avisados para ponderarla más adecuadamente
cuando volvamos a encontrarla.
Pasando a temas más mundanos y de general preocupación, le
pedimos ahora que nos dé su opinión sobre la investigación en torno al ozono en
nuestra atmósfera.
No duda que es “importante reducir el agujero de la capa de
ozono” y recuerda que él mismo fue miembro en su momento de un comité en
Estados Unidos cuyas predicciones sobre los efectos de los clorofluorocarbonos
(CFC’s) en ella y las consecuencias que podría acarrear fueron tomadas en
cuenta por el Congreso, que prohibió su uso como propelente para los aerosoles en
lo sucesivo.
Las decisiones políticas deberían
apoyarse en una valoración de las mejores opciones, y la buena ciencia
ofrece una base lógica para plantearlas .
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Y, al hilo de esta respuesta, pedimos al profesor Marcus que nos diga
si la ciencia debería jugar un papel más importante en la actividad política.
“Creo que debería, pero soy un científico” nos dice, para
seguidamente justificar su postura más allá de su condición de interesado.
Piensa que las decisiones políticas deben apoyarse en “alguna valoración de las
mejores opciones”, y no atender a las presiones de los diferentes grupos que
financian o apoyan a los partidos políticos. La ciencia, “si es buena ciencia”
ofrece “una base lógica”, unas soluciones “que se pueden comprobar yendo a un
laboratorio, muy concretas, no son cosas imaginarias que la gente tiene en su
mente” porque simplemente la ha recibido a través de la educación. “Como muchos
otros científicos, soy un firme creyente en la importancia de la ciencia para
cada país y para el mundo”. “Pero”, añade en tono de lamento, “hay mucha gente que
no es científica en sus puntos de vista, y propone alternativas no verificables
en las que depositan una confiada creencia…”
En cualquier caso, sea más o menos atendida, coincidimos con
el profesor Marcus en que la ciencia debe preocuparse por los problemas más
acuciantes del mundo actual, y nos interesamos por saber cuáles son estos a su
juicio.
“En primer lugar, está claro que deberíamos hacer algo
respecto del dióxido de carbono; esto es completamente claro. Esto significa
menos combustibles fósiles y encontrar una forma de contener el CO2”.
“La principal solución es quizá la energía solar”, área en la que su grupo está
desarrollando una de sus líneas de investigación, “pero también la energía
nuclear si se encuentra una forma de manejar los materiales radioactivos…” (es
notable que, como hombre de ciencia no ha asumido el tabú que actualmente
supone este recurso energético ni acata la corrección política que impone
evitar su mera mención) “Pero creo que simplemente habría que reducir el uso de
combustibles o encontrar una manera de evitar la contaminación”. A continuación
matiza este planteamiento básico situando el problema en su adecuado entorno
geopolítico, que conduce inevitablemente a cierta desesperanza, cuando dice que
“las naciones son lo que son”, y tienen sus expectativas y sus propios planes,
dando a entender que una solución aunada a nivel internacional es hoy por hoy
complicada. Recuerda además que ha trabajado en alguna ocasión en una compañía
carbonífera en China en la que “tuvo la impresión de que había preocupación por
el problema, y se hacían esfuerzos para buscar soluciones”, aunque reconoce que
en definitiva las compañías existen para hacer dinero y que “aunque haya buenas
intenciones” no se sabe cómo de lejos pueden llegar en este camino.
Nos interesa también saber cuáles son, dentro de la Química
y según sus previsiones, los grandes temas de investigación en los que se
avanzará de ahora en adelante.
Nos advierte que no es la primera vez que se enfrenta a esta
pregunta. Ya en cierta ocasión, un periodista le pidió que hiciera una
predicción de hacia dónde evolucionaría la investigación en los siguientes 50
años. “No lo sé…” le contestó entonces, “…pero déjeme hacer otra cosa;
permítame retroceder 50 años y preguntarme que hubiera predicho en aquel
momento”. De este ejercicio resultó que “nada” de lo que hubiera podido prever
era una realidad cuando fue preguntado. “La belleza de la ciencia” sigue “son
las cosas imprevistas. ¿Quién hubiera podido predecir hace 50 años que en
ciertos tipos de sustancias acabaría siendo posible observar una simple
molécula…¡una molécula!” repite con enfático asombro. “Si algo es predecible es
porque ha sido estudiado ya y es comprendido, pero predecir algo nuevo es un
gran desafío. Quizá alguien que ha pensado mucho sobre ello y sobre lo que se
hace en un determinado tiempo pudiera hacer este tipo de predicciones”. Pero
reconoce que él no es capaz.
Un último detalle del trabajo actual del profesor Marcus que
nos ha llamado la atención es la variedad de asuntos contemplados en el
programa de trabajo de su grupo de investigación, que abarca temas relacionados
con tecnología, bioquímica o fotoquímica atmosférica.
“Cuando yo era joven” contesta, “hace diez años”, bromea “hice
la mayoría de mi investigación teórica por mí mismo, y podía centrarme en un
particular problema intensamente”. Una vez formado su grupo de investigación y
dada su “curiosidad por los problemas que tienen que ser contestados”
necesariamente tuvo que dispersar su atención hacia diferentes temas y,
reconoce, trabajar mucho más, puesto que debe “saber algo sobre muchas cosas
diferentes”. Esta situación le supone algún inconveniente, como “la dificultad
de profundizar hasta el mismo nivel que cuando solo se trabaja en una cosa”,
pero también tiene ventajas que evidentemente le compensan de sobra: “la
excitación de trabajar en cosas nuevas y diferentes que nunca antes se han
visto…de aprender”.
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