Socavando el mito de los antioxidantes
A lo largo de los últimos años no
han dejado de gotear en la prensa científica estudios que debilitan tozudamente
los cimientos de una de las más extendidas creencias de nuestros días: la de
que el consumo suplementario de vitaminas y de otras sustancias englobadas con
ellas bajo el marbete de antioxidantes reporta toda una batería de beneficios
para la salud, a cual más sensacional, que van desde la cura del resfriado
común hasta el incremento de la longevidad, pasando por la eficaz prevención y
tratamiento del cáncer.
La propagación de estas
convicciones se impulsó sobre dos hipótesis a las que se concedió en su día un
crédito tan incondicional como quizá apresurado, y potenciado sin duda por el
interés de la industria farmacéutica, que vio abrirse en la confluencia de
ambas un inagotable campo de negocio explotado desde entonces con intensidad creciente.
La primera de ellas es la conocida como teoría del envejecimiento por radicales
libres introducida por Denham Harman en 1956 a partir de algunas observaciones
básicas. Harman sabía que la radiación ionizante provocaba en el organismo la
formación de radicales libres que además fueron identificados como los agentes
de sus efectos destructivos, y también que los mismos radicales libres son
generados como subproductos de la respiración aeróbica en cada una de nuestras
células provocando daños que se acumulan en los tejidos a lo largo de la vida,
lo que lo llevó a establecer una relación directa entre ambos fenómenos. Cuando
se descubrió la primera enzima antioxidante, la superóxido dismutasa, su
existencia vino a interpretarse como una clara medida evolutiva para la defensa
contra los efectos deletéreos de los radicales libres, abonando la rápida
extensión de esta teoría como paradigma. Por último apareció Linus Pauling con
sus espectaculares proposiciones sobre las extraordinarias cualidades salutíferas
de la vitamina C, debidas a su carácter de potente antioxidante que fueron
inicialmente respaldadas por algún otro estudio en la misma línea pero quizá
algo sesgado en su difusión.
Con estos elementos se componía
una ecuación muy simple de solución sencilla: si los radicales libres son los
causantes del envejecimiento y el deterioro del organismo, los antioxidantes
contribuirían a mantenerlo en mejores condiciones y alargar la vida, línea en
la que Harman desarrollo algunos experimentos con resultados inicialmente
alentadores. Sin embargo, los numerosos experimentos realizados desde entonces
para la comprobación de ambas hipótesis no han conseguido nunca sino ponerlas
en entredicho, porque indefectiblemente los resultados obtenidos apuntan
insistentemente en sentido contrario. Al principio, el propio Harman achacó la
falta de resultados similares a los de sus experimentos en la posibilidad de
que la absorción de los antioxidantes1 no se hubiera controlado
adecuadamente, pero con el desarrollo de las técnicas de manipulación genética
fue posible modular con precisión los niveles de antioxidantes y/o de radicales
libres en los individuos de estudio.
A la luz de las nuevas
averiguaciones que se iban desgranando, los radicales libres dejaron poco a
poco de ser sólo un demonio químico meramente destructivo y fatalmente
inherente al metabolismo, sino que, como ya es bien sabido, actúan también, por
ejemplo, como señales imprescindibles para que la célula ajuste con precisión
su actividad respiratoria a las necesidades en cada momento. Además, los
radicales libres ponen en marcha varios mecanismos de respuesta al estrés
oxidativo, que incluyen la síntesis de proteínas antioxidantes, de proteínas de
reparación proteínica y de reparación del ADN, cuya acción no sólo produce una
inmediata reparación de los daños que esos mismos radicales ocasionan, sino que
procura en segundo término un fortalecimiento celular y mejora la respuesta
posterior al estrés oxidativo, apuntalando la idea de que cierto grado de
estrés contribuye a mejorar la capacidad para soportarlo en lo sucesivo. El
exceso en la ingesta de antioxidantes, en consecuencia, puede tener efectos
perjudiciales al interferir en el normal funcionamiento de estos mecanismos, un
aspecto que ya se apuntaba en los trabajos del propio Harman, en los que
comprobó como a partir de ciertas concentraciones los antioxidantes empezaban a
mostrar efectos nocivos
En este sentido apunta uno de los
más recientes estudios publicados realizado por Siegfried Hekimi, quien
pretendía demostrar concluyentemente que los radicales libres son la causa
básica del envejecimiento. Para ello desarrollo una variante de nematodos que
producían una cantidad muy elevada del radical superóxido, con la expectativa
preliminar de verlos morir jóvenes por envejecimiento acelerado.
Sorprendentemente, resultó que vivían considerablemente más que los gusanos
normales. Pero además comprobó que su aumento de longevidad quedaba
neutralizado con la administración de antioxidantes, lo que cuadra a la
perfección con la idea de los radicales libres como señales que desencadenan
mecanismos de reparación de los daños producidos por el estrés oxidativo y de
fortalecimiento frente a subsiguientes episodios de estrés.
Y el mismo patrón se puede
observar también en relación al ejercicio físico por ejemplo. Al ser una
práctica que aumenta la producción de radicales libres, y según las ideas
convencionales, debería ser notablemente contraproducente, cuando muy al
contrario y como es público y notorio, resulta sumamente beneficioso, lo que
puede achacarse precisamente, a la luz de los nuevos enfoques, a
ese aumento en el flujo de radicales libres. Incluso los deportistas de élite,
en cuyos tejidos se ha buscado el deterioro que supuestamente deberían padecer
tras años de extraordinariamente intensa actividad física, presentan una salud
sensiblemente superior a la media a lo largo de su vida. Y como en el caso de
los gusanos mutantes, Michael Ristow ha encontrado en un estudio realizado
sobre deportistas que los que consumían habitualmente suplementos vitamínicos
mostraban un perfil menos saludable que los que no lo hacían, es decir, que un
exceso de antioxidantes neutraliza los beneficios que los potentes factores de
reparación y resistencia al estrés activados por los radicales libres pueden
suponer.
En conclusión, se puede afirmar
que los radicales libres, antiguos e íntimos compañeros de la vida aeróbica, no
juegan un papel simple y perverso en el metabolismo, y otro tanto se puede
decir de las vitaminas, que desempeñan varios roles bioquímicos. Sus funciones,
interacciones y concentraciones han sido muy finamente calibradas a lo largo de
la evolución para, entre otras muchas cosas, pautar en cada especie un característico
proceso de envejecimiento, que a su vez está regulado por numerosos factores y
se va desvelando como un fenómeno enormemente complejo y todavía muy mal
conocido.
1.- Este argumento ha sido
utilizado repetidamente por los defensores a ultranza de la bondad de los
suplementos vitamínicos o antioxidantes para enrocarse ante cada nuevo
experimento contradictorio con sus postulados, y por la industria farmacéutica
para poner a la venta productos accesorios que presuntamente favorecen la
asimilación óptima de sus suplementos, es decir, suplementos para los
suplementos.
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