La segunda génesis


Ante la inmensa variedad de especies de todos los reinos de la vida que pueblan en la actualidad la Tierra, es difícil imaginarse la subyacente unidad que las vincula a todas (incluida la nuestra por supuesto) desde sus mismos orígenes. Nadie sabe ni por aproximación cuántas especies existen sobre el planeta. Las conocidas no llegan a los dos millones, pero los científicos son unánimes en que el censo disponible es muy pobre, y representa una porción relativamente pequeña del total. Las estimaciones sobre el número real son dispares, pero las más prudentes cifran en 15 millones las especies vivas, aventurándose algunos hasta los 50 millones. Sea el número que sea, supone apenas el 1 por ciento de las especies que han existido desde que se originó la vida. Pues bien, esta mareante cantidad de criaturas constituye el linaje de un único organismo originario, un único individuo a partir del cual, a lo largo de miles de millones de años de variación evolutiva hemos surgido todos los seres presentes hoy día. Cada animal, planta, hongo, bacteria o arquea viva en este preciso instante no es sino una manifestación de la misma vida que animó a ese organismo primario. Todos somos sus hijos y, en sentido estricto, todos estamos emparentados de forma más o menos lejana, y compartimos por ello una bioquímica similar así como un código genético casi idéntico.
O quizá haya alguna criatura terrestre que no lo sea.
De las más recientes hipótesis sobre la emergencia de la vida se desprende un “determinismo biológico”, según el cual, como postula Robert Shapiro, “la vida se halla inscrita en las leyes de la naturaleza”, y por tanto surgirá en cualquier lugar con las condiciones adecuadas y se encontrará extendida profusamente por el universo. Partiendo de esta premisa, también se podría plantear la posibilidad de que hubiera surgido más de una vez en la Tierra, y existan aquí y ahora seres pertenecientes a una línea diferente que ha evolucionado paralelamente desde su inicio conviviendo con nosotros sin haber sido advertidos. Esto sería perfectamente posible si recordamos la enorme cantidad de especies ignotas, la gran mayoría de ellas microbianas, entre las que estarían muy probablemente, de existir, estas especies ajenas a nuestro linaje.
Paul Davies presume que estos organismos podrían vivir en ecosistemas aislados y sometidos a condiciones extremas, lo que facilitaría su localización, o bien estar presentes entre las formas de vida convencional que todavía se desconocen y de entre las que habría que esculcarlos mediante precisas observaciones. De cualquier forma, sería necesario tener alguna idea previa de qué buscar, y esto sólo es posible, de entrada, basándose en conjeturas sobre sus posibles características bioquímicas. Por ejemplo, se podría suponer que estas formas extrañas presentaran en ciertas de sus biomoléculas una quiralidad opuesta a la habitual, en la que todos los aminoácidos esenciales pertenecen a la variedad levógira, o también que utilizasen algún aminoácido o incluso algún nucleótido diferente. En otras hipótesis aún más atrevidas, planteadas en el seno de la astrobiología, se consideran modelos biológicos radicalmente distintos del común en la Tierra, como el que podría haber surgido en el seno de algún disolvente distinto del agua, como el metano, o que utiliza distintos elementos químicos básicos para integrar sus estructuras. La primera suposición no ha lugar en nuestro planeta, cuya temperatura media no posibilita la existencia de metano líquido. La segunda, en cambio, sería factible, y se concreta en la idea de Felisa Wolfe-Simon, que ha propuesto la posibilidad de sustituir el fósforo por el arsénico, al que atribuye ciertas ventajas para los procesos biológicos. Cabe también citar la conjetura de la vida con base de silicio en lugar de carbono a la que, aunque es sumamente controvertida, han prestado atención ciertos autores de renombre como Isaac Asimov.
Ya han aparecido algunos candidatos a representantes de una segunda génesis en la tierra: Philippa Uwins, de la Universidad de Queensland, descubrió unas estructuras muy pequeñas (del tamaño de un virus) que parecían multiplicarse y que contenían ADN en muestras del fondo marino en Australia, y Olavi Kajander, de la Universidad Kuopio, encontró en el interior de células de mamífero unas partículas de unos 50 nanómetros que identificó como organismos vivos, aunque ninguna de las dos ha sido admitida fehacientemente como estructuras “vivas”.
La posible existencia de una vida alternativa iniciada en esa presunta segunda génesis es una especulación que se apoya en una concepción de la vida como fenómeno universal; en su consideración como un “imperativo cósmico”, como la definía Christian de Duvé. Es además el punto de partida de nuevos campos científicos como la astrobiología, que consolidarán su razón de ser si finalmente se verifica el hallazgo de “otras vidas” que avale la hipótesis. Puede que a la postre no aparezca nada, pero durante su búsqueda se realizarán indagaciones valiosas en otros aspectos; se habrá completado en buena medida el catálogo de especies conocidas, y se habrán establecido criterios mejor contrastados que ayuden a tener una idea más clara de cómo plantear, cuando se hayan desarrollado los instrumentos para hacerlo, la subsiguiente búsqueda por otros planetas, en algunos de los cuales, muy probablemente, si que habrá florecido la vida.

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