La diabetes tipo I; ¿Defecto genético o ventaja adpatativa?

Aunque se trata de una característica básica del proceso evolutivo, la aleatoriedad de las modificaciones que dan lugar a cambios en los individuos de cada especie y que, por acumulación, originan especies nuevas, es una noción mal asimilada generalmente. Se tiende a pensar, cuando se habla de adaptación al medio, que un cambio en el entorno produce una suerte de presión en las especies forzándolas a adoptar formas, comportamientos o fisiologías adecuadas a las nuevas condiciones. En realidad, los cambios (mutaciones) se producen de forma constante y azarosa en cada uno de los individuos de cada especie. Ante una variación de las condiciones ambientales, algunos de estos cambios pueden significar una mayor capacidad para la subsistencia, y los individuos en los que se han producido tendrán más posibilidades de reproducirse extendiendo la vigencia de sus particulares características. Este es el intríngulis del proceso conocido como selección natural, que tiene una esencia meramente probabilística. La mayoría de las variaciones serán perjudiciales o, en el mejor de los casos, inoperantes, y sólo unas pocas encajarán en un determinado momento con unas particulares circunstancias en las que resultarán beneficiosas y prosperarán. Mientras que las circunstancias no cambien, las variaciones se suceden sin ser seleccionadas. Por ejemplo, la capacidad de los adultos humanos para digerir leche cruda es común en las poblaciones del norte de Europa, pero es rara en África o China como sabemos. Probablemente las modificaciones fisiológicas que la permiten se hayan producido en todas las poblaciones humanas, pero sólo llegó a ser una ventaja en aquellos lugares donde se había impuesto un tipo de alimentación centrado en la ganadería, y en ellos fue seleccionada como adaptación. Variaciones que en unas condiciones ambientales son positivas pueden no serlo en otras, y considerar unas determinadas características como “defecto” genético no tiene sentido sino en unas concretas circunstancias. Es el caso también de la Anemia falciforme, una enfermedad que provoca malformaciones en los glóbulos rojos y conlleva problemas circulatorios, pero que constituye una ventaja en zonas donde la malaria es endémica, porque hace a las personas que la padecen más resistentes a la infección, concediéndoles mejores ocasiones de sobrevivir y transmitir sus genes.

En este sentido, hace algún tiempo que el profesor Sharon Moalem de la Escuela de Medicina Monte Sinai de Nueva York aventuró una teoría audaz para explicar la prevalencia de la diabetes Tipo I o diabetes juvenil. Según Moalem, este tipo de diabetes de naturaleza autoinmune, se habría desarrollado en pueblos que vivieron en el norte de Europa hace unos 12.000 años, cuando las temperaturas cayeron 10 grados de media en sólo unas décadas, precipitándose una época glaciar de especial virulencia. En este ambiente, en el que una parte de la población murió congelada como atestiguan las pruebas arqueológicas, la diabetes constituyó una eficaz protección contra el frío para quien la “padecía”. La diabetes, como es sabido, provoca un exceso de glucosa en la sangre que acarrea serias secuelas físicas. Sin el adecuado tratamiento con insulina y un estricto control, conduce a una muerte prematura. Pero también, como ha documentado Moalem, unos niveles elevados de glucosa en sangre impiden que las células y tejidos formen cristales de hielo, aumentando la resistencia al frío de quienes la sufren, lo que podría haber favorecido su supervivencia en aquellas condiciones y propiciado su reproducción, transmitiéndose la diabetes como una característica ventajosa por cuanto, en una época en la que la expectativa de vida no llegaba a los treinta años, no habría tiempo para que en los portadores se desarrollaran las complicaciones propias de la hiperglucemia, pero sí para que., al estar mejor capacitados para soportar un frío extremo, consiguieran reproducirse más fácil y eficientemente que los individuos “normales”.

Moalem ha encontrado similitudes metabólicas entre los diabéticos y algunas especies de animales que toleran bien las bajas temperaturas, como es el caso de rana selvática que vive en climas fríos del hemisferio Norte. Esta rana, cuando llega el invierno y caen las temperaturas, empieza a elevar los niveles de glucosa en su sangre según se va aletargando hasta que todas sus funciones vitales quedan suspendidas. Queda literalmente congelada pero sus tejidos no sufren ningún daño gracias al exceso de glucosa, lo que le permite volver a su actividad tan campante cuando llega la primavera. La forma más eficaz de producir calor para mantener la adecuada temperatura corporal en condiciones de frío intenso, además, es la combustión del tejido adiposo marrón o grasa parda, que necesita el aporte de una gran cantidad de glucosa. En los individuos diabéticos, debido a la alta concentración en su sangre que provoca la carencia de insulina, el rendimiento de este mecanismo metabólico es óptimo. Otros datos que pueden ayudar a dar consistencia a esta teoría son el incremento del número de casos diagnosticados en invierno, y la elevación de los niveles de glucosa en diabéticos durante los meses fríos independientemente de la dieta, (en climas tropicales cálidos los niveles de glucosa no varían con las estaciones) y la elevada incidencia entre descendientes de Europeos del norte (el más elevado porcentaje de afectados se encuentra en Finlandia y Suecia, mientras que es poco frecuente en África, Asia o entre los indios americanos), todo lo cual podría apuntar a una estrecha relación del frío con los mecanismos que desencadenan la diabetes y con su evolución posterior, y llevarnos a considerar esta presunta “disfunción” como una variación genética que, en un momento dado de la historia evolutiva humana, supuso para algunas poblaciones la capacidad de sobrevivir más eficientemente en unas condiciones bruscamente cambiantes y en principio adversas.
La teoría de Moalem se ha tomado como una propuesta curiosa y atrevida pero anecdótica, y no ha conseguido mucho predicamento a lo que se ve, pero ilustra el hecho de que cualquier mutación sólo es nociva a priori si acarrea la inviabilidad del individuo en el que se produce; cualquier otra, en cuanto no suponga la muerte antes de la edad reproductiva, es una posibilidad que abre La Vida para extenderse en su ciego e inescrutable bullir.

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