La amenaza que no cesa

Hace dos meses saltó la alarma por la aparición de un brote de gripe procedente del cerdo, la célebre Gripe A a la postre, que había infectado a cierto número de personas en México, y que rápidamente se ha extendido por el mundo entero, dejándonos, en primera instancia, expectantes ante el curso de los acontecimientos. Todos recordamos la alerta desplegada en el año 2002 con motivo de la aparición en China del S.A.R.S., una afección respiratoria causada por un coronavirus que mató a 800 personas. Tanto entonces como ahora, hemos tenido ocasión de asistir a numerosos repasos de las más notables, por mortíferas, pandemias que se han producido durante el siglo XX: la primera de ellas, la famosa pandemia de 1918, conocida como “La Gripe Española”, que causó, según las estimaciones más prudentes, al menos 25 millones de muertos entre los afectados, cuyo número supuso del 20% al 40% de la población mundial. Siguieron cronológicamente la Gripe Asiática de 1957, con dos millones de muertes atribuídas a su infección, y la Pandemia de Hong Kong de 1968.

Afortunadamente, la gente parece estar dotada de una enorme capacidad para filtrar las preocupaciones y adecuar el nivel de alerta ante los peligros, de forma que no se dispara la temida alarma social cuando estos son tan recurrentes que se han incorporado a la categoría de situación normal. Quizá sea por esta razón por la que, a pesar de las terroríficas previsiones de las autoridades sanitarias internacionales, no se hayan registrado escenas de pánico cinematográfico, con centenares de personas reclamando Tamiflu o similar ante las delegaciones de las sucesivas adminsitraciones públicas que nos gobiernan.

En cualquier caso, entre todas las pandemias mencionadas, el nuevo brote denominado Gripe A no parece suponer un riesgo especialmente preocupante ni siquiera comparada con la gripe convencional a la que estamos expuestos habitualmente. Cada año, según los datos que facilita la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), esta gripe normal, causa la muerte de 250.000 a 500.000 personas en su recorrido alrededor del globo, alcanzando las extensiones infecciosas de una pandemia. Esto supone una tasa de mortalidad superior a la que, a día de hoy, alcanza la Gripe A. No se trata tampoco, como en el caso del S.A.R.S., de un nuevo agente patógeno desconocido acerca del cual tenemos mucho que averiguar, como lo fueron también en su día el V.I.H o el Ébola, enfermedades causadas también por un virus y de efectos terroríficos (la mortalidad del Ébola en sus sucesivos brotes ha oscilado entre el 40% y casi el 90% de los afectados). La actual Gripe A es una variante de la cepa H1N1, un subtipo de virus de la gripe, de sobra conocido por los virólogos y por nuestro sistema inmune en sus características generales.

Entonces cabe preguntarse ¿Por qué se han activado los mecanismos de emergencia internacional con tal urgencia e intensidad? La respuesta a esta cuestión da idea de la dimensión del problema del virus de la gripe en particular y de los virus en general, y nos conduce a conclusiones inquietantes.

El virus de la gripe es una estructura con una dotación genética compuesta por 8 segmentos de ARN que pueden evolucionar rápidamente por recombinación, mutación o intercambio con otros virus con los que coincide al infectar una célula. La información contenida en este material genético determina la capacidad del virus para infectar organismos y propagarse, su virulencia y su resistencia a la respuesta inmunitaria que provoca en el hospedador. Cualquier modificación en esta información repercute en la alteración de una o varias de estas características de forma imprevisible (pueden atenuarse o intensificarse). Hay que tener en cuenta además que los virus procedentes de animales, domésticos o salvajes, presentan un peligro añadido, al poder haber sufrido modificaciones extrañas que sorprendan al sistema inmunitario humano sin haber tenido ningún efecto en la especie de procedencia que haya llamado la atención sobre su existencia y peligrosidad (de hecho, el tracto intestinal de las aves, a las que no afecta, es un importante reservorio de virus de gripe) lo que es más difícil que suceda con formas víricas que interactúan normalmente con nuestro organismo, para las que se desarrollan en esa interacción mecanismos de defensa eficaces. Si a todo esto le añadimos el enorme potencial pandémico del virus de la gripe, tendremos planteadas las condiciones que hacen que las autoridades sanitarias hayan reaccionado ante la nueva Gripe A con un aparentemente desmedido despliegue de medios, porque todas estas circunstancias han concurrido en el virus encontrado en México, dotado con una combinación de segmentos de ARN que parecen provenir de cepas propias de humanos, de otras aviares y de los cerdos en cuyas células se han reunido las dos anteriores. El organismo de los cerdos ha actuado como reactor biológico en el que se ha favorecido el intercambio de segmentos, produciendo una cepa H1N1 notablemente diversa de otras anteriores del mismo subtipo, aunque sin dejar de ser gripe, es decir, que ya cuenta entre sus características con una gran capacidad de transmisión entre humanos. En estas circunstancias, las precauciones arbitradas tienen como objetivo afrontar la eventualidad de un brote especialmente virulento que finalmente puede o no producirse. Dependerá de cómo continúe el proceso de recombinación que aún está produciéndose, y del que en cualquier momento puede resultar la combinación fatal.

Por otro lado, los casos del V.I.H. o del Ébola son ilustrativos de cómo el contacto con animales salvajes comporta riesgo de contagio con virus desconocidos característicos de esos animales que, en una secuencia de cinco estadios según un proceso descrito por el profesor Nathan Wolfe, de la Universidad de Stanford, se pueden transformar en cepas de enorme virulencia especializadas en humanos.

En cuanto a la Gripe A, puede ocurrir también que finalmente no ocurra nada, pero será por esta vez. La amenaza sigue latente, y la posibilidad de que surja una cepa vírica excepcionalmente dañina, gripal o de otro tipo, acabará materializándose antes o después, aunque es imposible saber cuando ni donde surgirá, o los mecanismos concretos que determinarán su patogenia.

En cualquier caso, hay que tener presente que, como estamos contemplando estos días, hay protocolos permanentes de vigilancia de la evolución de la gripe (el virus en principio más peligroso por su estrecha relación con nuestra especie, que determina su gran transmisibilidad) que permitirán localizar cualquier brote nuevo y potencialmente más nocivo que los habituales, y adoptar en consecuencia las medida oportunas para reducir sus efectos al mínimo posible. A Instancias del citado profesor Wolfe, se está poniendo también en marcha la Iniciativa Global de Vigilancia Vírica (G.V.F.I. en acrónimo inglés) para controlar el intercambio de virus entre animales salvajes y humanos, previniendo la aparición de nuevas e insospechadas enfermedades procedentes de otras especies.

Contamos asimismo con desarrolladas herramientas farmacológicas, que de haber estado disponibles en 1918 hubieran limitado considerablemente el número de muertos (muchos fallecimientos causados por la gripe se deben a las infecciones bacterianas que el virus propicia, y que se evitan con la administración de antibióticos) además de con vacunas. O mejor habría decir que contamos con estos medios en el primer mundo por lo que, para terminar, cabría desear que lográramos hacerlos extensivos al mundo entero, de forma que los países pobres no se lleven, como suele ocurrir, el grueso del sufrimiento cuando llegue la ocasión.

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